recuperarme de la muestra
Una vez oí a Anne Lamott decir que la publicación y los éxitos creativos temporales son algo de lo que hay que recuperarse y que la satisfacción de escribir está en el escribir mismo. Lo empecé a entender hasta después de mi muestra.
Antes de empezar el montaje me preguntaron qué iba a exponer y mi respuesta fue “mi alma”, acompañada de un gesto de abrirme el pecho de un tirón con ambas manos. No sé si ahora, un mes después del final de la muestra, me percato apenas de cuánto me expuse y lo que implica. Pero desde la inauguración hasta ahora he sentido el agotamiento más innegociable.
Después de la muestra descubrí que hay cansancios más grandes que mi voluntad y he pasado muchas horas en horizontal en los limbos entre siestas, cuestionando mi entendimiento de descanso. Desmenuzando mi sentimiento de culpa por reposar “demasiado”. No quiero leer u oír nada profundo, quiero ver televisión basura y comer mucho. Colgar en una hamaca. No quería escribir nada hasta ahora. Quiero dormir, quiero caminar lento, volver a dormir.
¿Cuánto descanso es suficiente? ¿Cuánta acción basta? ¿Qué acciones considero valiosas?
Tengo que recordarme constantemente que además de montar una gran muestra de arte, estoy montando molécula a molécula a un pequeñx ser humano que parece ocupar cada vez más espacio que mis órganos, cada vez más energía y consideración. Además de estar preñada por quinta vez, a ratos me exijo funcionar como si nada de esto me atravesara, ser igual de fuerte, igual de resistente, tener la misma energía. Llevar una “vida normal” como sugirió mi doctora. ¿Qué es una vida normal para mí en este momento? ¿A cuánta pausa tengo derecho? ¿Por qué me aplaudo cuando más produzco y no cuando más escucho a mi cuerpo?
Parece que mis criterios para valorar cualquier actividad a la que dedico tiempo son generosos con el capital y tacaños con la carnita de mi vida. Antes de esto conocí como “flojera” a la fatiga. Pensé que cuando no encontraba la motivación para hacer algo era por purita falta de afán.
Mi forma de juzgarme por lo que hago y dejo de hacer es una auténtica e interna represión femenina. Otorgo valor máximo a las tareas que pueden monetizarse, a las que creo se demandan de mí en cada periodo de mi vida y dan frutos demostrables. Otorgo valor a producir lo que otros valoran.
La producción de mi arte ha podido suceder por años al margen de estos criterios gracias a que la subvaloro y finjo que es una recreación mía sin valor para alguien más. Esta primera muestra y su éxito inesperado ponen mi mundo de cabeza; he dejado otras actividades lucrativas y permitido que mi arte las reemplace. Y ahora me aterra enfrentar al arte con las pautas que guiaron mis trabajos anteriores.
Siento que no puedo hacer exploración artística a partir de lo que otros aprecian de mi trabajo, me engañaría. Siento que quiero y merezco vivir de mis exploraciones artísticas y que son lo más valioso que en este momento puedo dar. La paradoja que para mantener su valor, tienen que permanecer fuera de las demandas de los mercados a los que tengo acceso, de los gustos ajenos.
¿Cómo hacer arte jugando y vivir de ello? ¿Cómo explorar genuinamente más allá del ruido?
Pero primero recuperarme, reencontrarme, restaurarme.